¿Ratzinger conservador?

El siguiente artículo ha sido traducido de “Opportune, importune” (Boletín de la Casa San Pío X, nº 11, octubre 2005).

Por el Padre Ugo Carandino

Son muchos, tanto entre los católicos como entre el público en general, los que afirman que Benedicto XVI es un conservador. El Diccionario Garzanti de la lengua italiana define conservador como “el que conserva o quiere conservar”. Tratemos entonces de ver si la opinión del “Benedicto XVI conservador” corresponde efectivamente con la realidad.

Del examen de la vida de Ratzinger y de los textos de los discursos pronunciados después del último cónclave, podemos destacar que:

– B. XVI no conserva la condena de Pío XII a la “nouvelle théologie” progresista; B. XVI conserva por el contrario la adhesión a la “nouvelle théologie” progresista condenada por Pío XII. Recientemente, B. XVI ha elogiado públicamente a Von Balthasar, uno de los máximos exponentes de la tendencia teológica progresista: “El ejemplo que Von Balthasar nos ha dejado es, ante todo, el de un verdadero teólogo que en la contemplación había descubierto la acción coherente por el testimonio cristiano en el mundo” (Agencia Zenit, del 7 de octubre del 2005).

– B. XVI no conserva el rechazo del Concilio Vaticano II sostenido por los católicos antimodernistas desde el inicio del mismo Concilio; B. XVI conserva por el contrario la adhesión a los errores del Concilio Vaticano II, del cual fue uno de los protagonistas en calidad de teólogo. “El Concilio es la brújula… Tengo que afirmar con fuerza que es mi firme intención la de proseguir en el compromiso de aplicación del Concilio Vaticano II” (L’Osservatore Romano del 21/04/05).

– B. XVI no conserva el rechazo del Novus Ordo Missæ, explicado en el “Breve Examen Crítico” firmado por los Cardenales Bacci y Ottaviani; B. XVI conserva por el contrario el nuevo rito de la Misa de Pablo VI, que celebra cada día.

– B. XVI no conserva la doctrina católica sobre el Judaísmo neo testamentario; B. XVI conserva por el contrario los errores contenidos en la declaración “Nostra Ætate”. Es elocuente el discurso dirigido el 15/09/05 por B. XVI a los Jefes Rabinos de Israel, el sefardita Shlomo Moshe Amar y el askenazita Yona Metzger: “Nostra Ætate ha demostrado ser fundamental en el camino que conduce a la reconciliación de los cristianos con el pueblo judío” (Agencia Zenit del 16/09/05).

– B. XVI no conserva la condena de la Iglesia al movimiento ecuménico; B. XVI conserva por el contrario los errores del ecumenismo y del espíritu de Asís. “Lo más urgente es la ‘purificación de la memoria’, estoy dispuesto a hacer todo lo que esté en mi poder para promover la causa fundamental del ecumenismo” (L’Osservatore Romano del 21/04/05).

Joseph Ratzinger escribió en nombre del Card. Frings la intervención conciliar del 08/11/1963 que inició el desmantelamiento de la Suprema Congregación (Henri de Lubac, Entretien autour du Vatican II, Cerf, Paris 1985, p. 123)

Esto vale, sea para el Ratzinger del Concilio como para el Ratzinger del posconcilio, sea para el Ratzinger prefecto del ex Santo Oficio como para el Ratzinger elegido con el nombre de Benedicto XVI; pueden cambiar las circunstancias y algunos elementos secundarios, pero no la sustancia. Ratzinger, al menos a partir del Concilio, no profesa íntegramente la Fe, ya que abraza las principales desviaciones que han determinado la actual crisis de la Iglesia.

Quizás no prosiga en el camino del extremismo querido por el ala más movimientista del modernismo (como el matrimonio de los sacerdotes y el sacerdocio de las mujeres), pero su programa pretende arraigar cada vez más en la conciencia de los católicos la nueva religión nacida en el Concilio.

Ratzinger plantea una inaceptable distinción entre los textos conciliares, que considera buenos, plenamente ortodoxos, y algunas aplicaciones del Concilio consideradas malas, infieles al espíritu y a la letra del mismo Concilio.

Aplica el mismo razonamiento a la reforma litúrgica: Ratzinger defiende el nuevo rito y critica solamente algunas exageraciones y extravagancias en el modo de celebrarlo; por eso, su aparente generosidad respecto del antiguo Misal no debe llevar a engaño. Justamente Mons. Lefebvre, refiriéndose al nuevo rito, hablaba de “misa de Lutero”; por lo tanto, la conciencia de un católico no puede tolerar la cohabitación en las iglesias del Santo Sacrificio de la Misa y de un rito de naturaleza protestante, que ofusca la gloria que se debe dar a la Santísima Trinidad y hace perder la Fe a las almas.

¿Qué responder entonces a todos aquellas personas que, en estos últimos meses, nos han vuelto a hacer la fatídica pregunta: “¿Qué piensan del nuevo Papa?”.

A estos amigos, estamos obligados a repetir (por enésima y, probablemente, no última vez), que un Papa legítimo no puede adherir a errores doctrinales y enseñarlos en su Magisterio; no puede, entre otras cosas, promulgar una “misa luterana”. Por eso, el Instituto Mater Boni Consilii sostiene que Benedicto XVI (así como sus predecesores Pablo VI, Juan Pablo I y Juan Pablo II) no es Papa formalmente y que la Sede Apostólica está vacante.

Alguno objeta que esta posición es demasiado drástica e incluso, “demasiado lógica”. Sin embargo, en cuestiones de doctrina, es necesario ser drástico y lógico, en el sentido de que uno más uno siempre será dos, aun si determinadas circunstancias humanas hicieran preferir un resultado diferente.

El verdadero problema no se halla en nuestra posición, sino en el hecho de que entre el pueblo cristiano crece cada vez más la ignorancia en materia de Fe, como ya señalaba San Pío X. Muchas personas, aun nominalmente católicas (e incluso “tradicionalistas”), ignoran o han olvidado la doctrina católica sobre el Papado y basan sus juicios no más en la Fe sino en opiniones religiosas erróneas. Por otra parte, algunos se dejan condicionar por la sensibilidad de los mensajes de presuntas apariciones o por el bla-bla-bla de los programas televisivos. En el futuro, quien tenga que comentar la actual situación del Catolicismo, se asombrará de la facilidad con que los católicos actuales (pro y contra Concilio Vaticano II) relativizan la infalibilidad del Papa y de la Iglesia.

Si Benedicto XVI no posee la Autoridad, la consecuencia es que los católicos no pueden tenerlo por un interlocutor válido para discutir sobre cuestiones doctrinales o disciplinarias (y, de todas maneras, con un Papa legítimo no se puede discutir sino sólo obedecer).

En cambio, podemos y debemos rezar al Espíritu Santo por él, a fin de que abandone públicamente los errores y escándalos que han determinado la Pasión de la Iglesia en los últimos 40 años.

Ratzinger es una persona inteligente, culta y brillante, sabe muy bien lo que quiere y está eligiendo los medios adecuados para alcanzar sus fines. Uno de sus objetivos es terminar con la oposición al Concilio, reduciendo la cuestión a una simple tolerancia respecto del rito tridentino de la Misa (probablemente celebrado por sacerdotes imbuidos de la teología neo modernista y ordenados con un rito de ordenación cuya validez es por lo menos dudosa), a encuadrar dentro de las diferentes manifestaciones del sentimiento religioso de los creyentes.

En su perspectiva pluralista, no hay problemas en insertar en el mare magnum ecuménico, junto a los cismáticos griegos, anglicanos, luteranos, judíos, musulmanes y budistas, también a algún católico amante de la Misa en latín y del gregoriano.

Benedicto XVI obra con una cierta seguridad, ya que conoce bien las limitaciones humanas de los llamados tradicionalistas, muchas de las cuales se subestiman. En calidad de Prefecto de la Congregación de la Fe siempre siguió atentamente el caso Lefebvre y, entre otros documentos, ciertamente ha leído con atención el precioso y ciertamente no lisonjero informe realizado por el Card. Gagnon, después de la visita canónica de 1987 a los seminarios y prioratos de la Fraternidad San Pío X.

Pero nuestra fuerza está en reconocer nuestra debilidad. Somos pocos, es verdad. Tenemos pocos medios, es verdad. Tenemos pocos fieles, es verdad. ¡Pero tenemos la virtud teologal de la Fe!

La misma Fe que Ratzinger no profesó cuando Juan Pablo II y sus secuaces se precipitaron en la vergüenza de las jornadas de Asís y del “mea culpa”. Estos hechos han renovado la Crucifixión de Cristo en Su Cuerpo Místico, y fortalecieron la barrera infranqueable entre la ortodoxia católica y la heterodoxia “conciliar”.

Que en una de sus doctas manifestaciones, Benedicto XVI halle entonces la honestidad intelectual de reconocer estos errores y todos los otros errores por él profesados antes, durante y después del Concilio. Que abjure de estos errores y se retracte públicamente. De este modo se quitará la venda que le cubre los ojos, y entonces el Espíritu Santo lo hará auténtico Vicario de Cristo. Es la misma venda que, aunque de diverso modo, vela los ojos de la mujer representada precisamente vendada a la entrada de las catedrales góticas…

El conflicto entre la Iglesia y sus enemigos internos y externos continúa, y nosotros, con el auxilio de Nuestra Señora del Buen Consejo y de San José, nos proponemos perseverar en la integridad de la Fe y en la oposición radical a la obra de los hombres que, como escribió San Pío X, difunden el veneno del error en las mismas venas de la Iglesia. Lamentablemente, Benedicto XVI pertenece a esta clase de hombres: los conservadores del error.